La infancia en jaque: pantallas, prisas y la deshumanización del aprendizaje en el sistema educativo

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Introducción

Como maestra y madre, vivo con intensidad las contradicciones del sistema educativo. La etapa de educación infantil, que legalmente es voluntaria, debería centrarse en el juego libre, la socialización y una aproximación natural al lenguaje escrito. No obstante, en la práctica, se convierte en una carrera para que los niños lleguen a primero de primaria leyendo, escribiendo y contando. Esta presión genera ansiedad en familias y docentes, y provoca que niños de tres, cuatro, cinco y seis años estén reforzando la lectoescritura en lugar de jugar, explorar y vivir el presente.

A esta prisa por adelantar etapas se suma el uso indiscriminado de pantallas, tanto en el aula como en casa. La infancia se ve atrapada entre estímulos digitales y exigencias académicas, perdiendo su esencia: el juego, el vínculo humano y el tiempo para ser.

Pantallas y aprendizajes forzados: dos caras de una misma incoherencia

El uso excesivo de pantallas en edades tempranas altera funciones ejecutivas como la atención, la autorregulación emocional y la memoria de trabajo (Desmurget, 2019). Al mismo tiempo, la presión por adelantar la lectoescritura genera frustración, bloqueos y rechazo hacia el aprendizaje (Montessori, 2006; Wild, 2007). Ambas prácticas comparten una raíz común: la desconexión del sistema educativo con las necesidades reales del niño.

Cada vez es más común que las asambleas de primera hora de la mañana, las canciones y los cuentos que antes eran contados y cantados por los profesores en el aula estén siendo reemplazados por contenidos transmitidos a través de una pantalla. Lo que antes se compartía con cercanía, emoción y contacto humano, ahora se presenta de forma digital, muchas veces sin interacción ni vínculo afectivo.

Este cambio no solo transforma el formato, sino también la experiencia de aprendizaje. Escuchar una historia contada por una persona, con gestos, pausas y miradas, no es lo mismo que verla en un vídeo. La tecnología puede ser útil, pero no debería sustituir por completo el valor de la presencia y la voz del educador.

Sanz García, C. (2025). Juego libre. Imagen de autoría propia.

L’Ecuyer (2014) advierte que el exceso de estímulos digitales está apagando la capacidad de asombro, una facultad clave para el aprendizaje profundo. Por su parte, Freire (2011) señala que la creciente desconexión con la naturaleza y el cuerpo está dando lugar a una infancia sobreestimulada en lo sensorial, pero empobrecida en lo emocional. Ante esta realidad, parece que intentamos compensar ese vacío con programas de formación en emociones, como si pudiéramos sustituir el vínculo humano y el contacto con el entorno por contenidos estructurados.

Robinson (2015) añade que la estandarización y la obsesión por el rendimiento están sofocando la creatividad y la diversidad de talentos en la escuela.

Padres hiperpreocupados, docentes esclavizados

Vivimos la era de los padres hiperpreocupados, hiperpreparados y culpables. La presión por “hacerlo bien” es constante, y el miedo a que los hijos “no lleguen” genera una angustia silenciosa. Las familias se sienten desbordadas, atrapadas entre deberes, actividades extraescolares y pantallas que prometen soluciones rápidas pero que alejan del vínculo real.

Por otro lado, los docentes vivimos una sobreexigencia que nos convierte en esclavos del sistema y, a menudo, en “payasos de redes”: se espera que tengamos ideas nuevas, vistosas, creativas y visualmente atractivas, más pensadas para el postureo que para el desarrollo infantil.

Esta cultura del espectáculo educativo desvirtúa el valor de la presencia, la escucha y la sencillez pedagógica.

La pérdida de la tribu: una herida silenciosa

Antiguamente, la crianza era una tarea compartida. La tribu, entendida como la red de apoyo formada por familia extensa, vecinos, comunidad educativa y entorno social, sostenía emocionalmente a madres, padres e hijos. Hoy, esa tribu se ha fragmentado. La crianza se ha privatizado, convirtiéndose en una carga individual que recae casi exclusivamente en la familia nuclear, especialmente en las madres.

La falta de tribu genera aislamiento, inseguridad y agotamiento. Las familias ya no cuentan con referentes cercanos, con abuelos presentes, con vecinas que cuidan, con maestras que acompañan sin juicio. La crianza se ha convertido en una carrera solitaria, donde cada decisión parece una prueba de valía personal. Esta soledad impacta directamente en los niños, que perciben el estrés de sus adultos y crecen en entornos emocionalmente tensos.

La escuela, que podría ser un espacio de comunidad, también ha perdido su función de tribu. Las relaciones entre docentes y familias se han burocratizado, y el vínculo humano ha sido sustituido por plataformas digitales, informes, protocolos y burocracia. Recuperar la tribu implica reconstruir redes de confianza, presencia y apoyo mutuo. Implica volver a mirar al niño como parte de un ecosistema afectivo, no como un proyecto individual de éxito.

La figura del educador y el respeto por los ritmos infantiles

Montessori (2004) subraya que el aprendizaje debe surgir del interés espontáneo del niño, no de la imposición de contenidos académicos. El adulto es un guía que observa, acompaña y ofrece seguridad emocional. Wild (2007) defiende que el respeto por los ritmos internos del niño es esencial para una educación saludable. Cuando se fuerza la lectoescritura antes de tiempo, se pierde la oportunidad de fortalecer habilidades fundamentales como la motricidad, la comunicación oral y la autonomía.

En este contexto, el educador no debe ser un generador de contenidos ni un animador digital. Debe ser un adulto disponible, emocionalmente presente, capaz de sostener el proceso de aprendizaje desde la confianza y el vínculo. La pedagogía del acompañamiento requiere tiempo, escucha y coherencia. No se puede educar desde la prisa ni desde la pantalla.

Sin embargo, también es justo reconocer los avances que la educación actual ha traído. Hoy contamos con más recursos que nunca para personalizar el aprendizaje, atender la diversidad y facilitar el acceso al conocimiento. Las tecnologías bien utilizadas pueden abrir puertas, conectar culturas y ofrecer herramientas valiosas para el desarrollo de habilidades. Además, hay una creciente conciencia sobre la importancia del bienestar emocional, la inclusión y el respeto a los ritmos individuales. Muchos docentes están reinventando sus prácticas, buscando nuevas formas de acompañar, escuchar y cuidar.

La clave está en encontrar el equilibrio: aprovechar lo mejor de la innovación sin perder lo esencial del vínculo humano, la presencia y la comunidad.

Consecuencias visibles en el aula

  • Baja tolerancia a la frustración y dificultades de atención.
  • Fatiga emocional por exceso de actividades y falta de juego libre.
  • Ansiedad en familias que temen que sus hijos “no estén preparados”.
  • Docentes presionados por objetivos curriculares que no respetan la madurez infantil.
  • Desvinculación afectiva entre educadores y alumnos por la mediación constante de pantallas.
  • Niños que no saben aburrirse, que demandan estímulos constantes, pero que han perdido la capacidad de imaginar.
  • Aulas ruidosas, aceleradas, donde el silencio y la contemplación son casi imposibles.

Recomendaciones desde la práctica docente

  • Limitar el uso de pantallas en el aula y en casa, especialmente en edades tempranas.
  • Evitar la escolarización precoz de contenidos formales como la lectoescritura.
  • Priorizar el juego libre, la exploración sensorial y la interacción humana.
  • Formar a docentes y familias en pedagogías activas y respetuosas.
  • Recuperar el contacto con la naturaleza como fuente de bienestar y aprendizaje.
  • Revalorizar la figura del educador como acompañante emocional, no como generador de contenido visual.
  • Fomentar espacios comunitarios en la escuela: grupos de apoyo, círculos de crianza, encuentros sin juicio.
  • Reconstruir la tribu desde lo cotidiano: una conversación en la puerta del colegio, una merienda compartida, una red de madres que se escucha.

Conclusión

La infancia no debe ser una carrera ni una pantalla. Aprendemos con otros seres vivos, a través del juego, del contacto, de la mirada y del silencio compartido. La tecnología, las prisas y la presión por adelantar etapas están robando a los niños su derecho a vivir el presente. Como madre y maestra, creo firmemente que el respeto por los ritmos infantiles y la presencia consciente del adulto son pilares fundamentales para una educación verdaderamente humana.

Pero también necesitamos recuperar la tribu. Sin ella, la crianza se convierte en un acto heroico y solitario. Con ella, la infancia se vuelve más segura, más rica, más libre. Educar es un acto colectivo, una danza entre generaciones, una red que sostiene. Volvamos a tejer esa red. Por los niños. Por nosotros.

Bibliografía

  • Desmurget, M. (2019). La fábrica de cretinos digitales. Editorial Planeta.
  • Freire, H. (2011). Educar en verde: Ideas para acercar a niños y niñas a la naturaleza. Editorial Graó.
  • L’Ecuyer, C. (2014). Educar en el asombro. Plataforma Editorial.
  • Montessori, M. (2004). El niño. Editorial Paidós.
  • Montessori, M. (2006). La mente absorbente del niño. Editorial Diana
  • Robinson, K. (2015). Escuelas creativas: La revolución que está transformando la educación. Editorial Conecta.
  • Wild, R. (2007). Educar para ser. Editorial Herder.

Cristina Sanz García