Relación entre las experiencias positivas en la infancia y la felicidad.

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1. Introducción y justificación:

La infancia es una etapa fundamental en las que los niños aprenden las habilidades básicas para la vida y comienzan a desarrollar su carácter y personalidad. En esta etapa descubren toda una serie de pautas de comportamiento positivas o negativas y cómo proceder tanto para conseguir sus deseos como para evitar situaciones problemáticas.

Las experiencias de la infancia resultan, de este modo, determinantes para que el individuo desarrolle muchas creencias, reales o aparentes, sobre sí mismo, sobre los demás y sobre su futuro.

2. Experiencias infantiles:

La relación de las vivencias infantiles con la salud mental del ser humano adulto ha sido objeto de explicación por teorías como la del apego de Ainsworth y Bolby (Bretherton, 2013, Crittenden, 2017, Cunha et al., 2012), la teoría psicoanalítica de Sigmund Freud (2005), la psicología del ego de Anna Freud (2018), la teoría individualista de Adler (1976), la teoría del desarrollo psicosocial de Erikson (1963), y el enfoque de la terapia de esquemas (Young, Klosko y Wishaar, 2006).

Además de estos estudios, hay otros relacionados que también han tratado la correspondencia de las experiencias de la infancia con aspectos del desarrollo físico, emocional y social (Marta-Simoes, Ferreira y Mendes, 2018; Matos, Duarte y Pinto-Gouveia, 2015), pero con una proclividad a basarse en las experiencias negativas. De hecho, las experiencias traumáticas en la infancia pueden dar lugar a que los individuos sean vulnerables a distintas psicopatologías en su vida adulta, como demuestran los estudios sobre abuso sexual (Coles et al., 2015), violencia física (Kraynak et al., 2019), abandono (Cecil et al., 2017) y desastres naturales (Kousky, 2016), con resultados de deterioro de la salud física (López-Martinez et al. 2018) y mental (Aas et al., 2016).

Otro es el caso minoritario de los estudios dirigidos a investigar directamente la relación entre las experiencias positivas de la infancia y la salud mental, las relaciones entre el entorno familiar positivo basado en el apoyo (Kocayoruk, Atintas e Icbay, 2015) y las actitudes parentales y la salud mental (Hall y Graff, 2011). Los resultados de estos muestran que una infancia con experiencias infantiles positivas y relaciones cálidas y seguras se asocia positivamente con la autoestima y la felicidad, y negativamente con la depresión y la ansiedad (Cheng y Furnham, 2004; Gilbert et al, 2008).

Un estudio reciente, realizado por Chopik y Edelstein (2019), ha revelado que los adultos con recuerdos positivos de sus padres en la infancia tienen mejor salud física y menor riesgo de depresión y enfermedades crónicas. Del mismo modo, Oliveira, Ferreira y Mendes (2016), en un estudio realizado con 490 mujeres adultas, han encontrado una relación positiva entre la insuficiencia de experiencias positivas en la infancia y los trastornos alimentarios.

Además, en un estudio realizado con 645 mujeres por Marta-Simoes et al. (2018) se ha observado que la autocompasión desempeña “un papel mediador entre los recuerdos positivos de la infancia y el bienestar”.

En otro estudio, llevado a cabo con adolescentes, se ha indicado que los recuerdos positivos de la infancia se asocian con más esperanza, habilidades para el mindfulness y estado de ánimo positivo (Cunha et al. 2014).

Todos los resultados de las investigaciones son coincidentes en mostrar que tanto las experiencias y vivencias positivas, como las negativas y traumáticas, en la infancia, son fundamentales para la salud mental en la edad adulta.

3. La felicidad:

En los últimos veinte años, con la difusión del enfoque de la llamada “psicología positiva”, han aparecido numerosas investigaciones sobre el tema de la felicidad, que se describe como el fin último del comportamiento humano.

Según el consejero de la ONU Illien (2020), la felicidad se ha convertido en una meta socioeconómica, una prioridad cultural y un objetivo de investigación científica.

Aunque existen diferentes puntos de vista y definiciones de la felicidad, en la literatura destacan principalmente dos: la felicidad “hedónica” y la “eudaimónica”.

El enfoque hedónico define el bienestar en términos de logro del placer y evitación del dolor, en experimentar emociones positivas con mayor frecuencia (o emociones negativas con menor frecuencia) y percibir un grado de satisfacción suficiente con la vida (Diener, 2984; Vagos et al. 2017).

El enfoque eudaimónico se centra en la autorrealización y define el bienestar en términos del grado en que una persona está funcionando plenamente

La versión hedónica afirma que las personas tienen un punto de ajuste de felicidad al que regresan independientemente de lo que esté sucediendo en sus vidas. La concepción eudaimónica preconiza que el individuo lleve una vida con sentido y propósito, mantenga relaciones sanas con otras personas, sea un individuo autónomo, capaz de afrontar eficazmente los problemas de la vida y se acepte a sí mismo como un todo (Ryff y Keyes, 1995)

Shahar (2007), conocido por sus estudios sobre la psicología positiva y en especial sobre la felicidad, la define como: “vivir la vida de forma significativa disfrutando de ella”. De esta forma, podemos decir que se aúnan la felicidad hedónica y la eudaimónica.

El concepto de satisfacción vital ha sido objeto de numerosos estudios, tanto como componente del bienestar subjetivo como de forma independiente. La satisfacción vital expresa la satisfacción de una persona con la vida en general, y constituye la dimensión cognitiva del bienestar subjetivo (Diener, 1984). En otras palabras, lo que el individuo piensa sobre su vida y cómo la evalúa es importante en la satisfacción vital.

Además, esta evaluación y satisfacción están relacionadas tanto con la vida actual como con la vida pasada. Cuando una persona está satisfecha con su vida actual, no quiere cambiar demasiadas cosas, considera que la mayoría de sus expectativas se han cumplido, piensa que tiene una vida ideal basada en su propio criterio y significa que la satisfacción vital está en un nivel adecuado (Diener, et al, 1985).

Cuando se examina la relación entre la satisfacción vital y las experiencias de la infancia, hay estudios que muestran que la calidad de las experiencias de la infancia está íntimamente relacionada con la satisfacción vital. Por ejemplo, en el estudio realizado por Hinnen, Sanderman y Sprangers (2009), se descubrió que las experiencias positivas en la infancia estaban relacionadas directamente con la satisfacción vital y el apego en la edad adulta. Hay muchos estudios que muestran también que las experiencias negativas de la infancia afectan negativamente a la satisfacción vital en la edad adulta (Comert, Ozyesil & Ozguluk, 2016; Hughes et al 2016).

4. Los determinantes y las ventajas de la felicidad.

Si analizamos los estudios que se han realizado sobre la felicidad, observamos que las investigaciones toman dos direcciones: la primera es la investigación sobre los determinantes de la felicidad y cómo aumentarla; y la segunda es la investigación sobre las ventajas de la felicidad y los resultados de esta.

Los determinantes de la felicidad se agrupan en tres categorías: factores genéticos, condicionantes de vida y comportamientos voluntarios. Una distribución estimativa de su contribución ha asignado un 50% a los factores genéticos, un 10% a las condiciones de vida (edad, sexo, nivel de ingresos, nivel educativo, etc.) y un 40% a los comportamientos voluntarios (optimismo, perdón, gratitud, relaciones interpersonales, etc.) (Lyubomirsky, Sheldon y Schkade, 2005). De estas categorías, la que ha recibido más atención cualitativa es la de los denominados “comportamientos voluntarios”, porque las características como la esperanza, la autoestima, el optimismo, el perdón, la gratitud, la auto comprensión y el altruismo son características psicológicas que pueden aprenderse y desarrollarse.

La felicidad no es sólo un estado de placer en el que se experimentan emociones positivas sino una fuente de ventajas. Los resultados de la investigación llevada a cabo por Lyubomirsky, King y Diener en 2005 muestran que las personas felices tienen ventajas en la mayor parte de ámbitos de la vida, como son el trabajo, el matrimonio y la salud. Por ejemplo, según los estudios de Gogan y Eryl (2014), las personas felices tienen mejores relaciones interpersonales, mayores niveles de satisfacción marital (Heady, Veenhoven & Wearing, 1991; Myers, 2000), sistemas inmunológicos más fuertes, mejor salud física (Stentoe, 2019) y menos niveles de problemas de salud mental que los individuos infelices (Diener & Seligman, 2002). Estos resultados revelan la importancia de la felicidad para una vida más funcional y de calidad.

Según el enfoque de la psicología positiva, la ausencia o el bajo número de emociones y experiencias negativas en la vida de un individuo no es el único factor que determina su salud mental. Es decir, el hecho de que una persona haya experimentado, relativamente, poco miedo, inquietud, ansiedad y tristeza, no la hace proclive a experimentar en el futuro más emociones positivas, como alegría, gozo, esperanza o confianza. En cierto modo, que un individuo diga que no es infeliz no significa que sea feliz. De la misma manera, el hecho de que un individuo no haya sufrido experiencias traumáticas en la infancia no indica que haya tenido una buena infancia.

La infancia ideal debería ser aquella en la que, no solo las experiencias negativas se vivencien minimizadas, sino que la percepción de las experiencias positivas lo sea en un nivel suficiente.

Por lo tanto, no basta solo con investigar la relación entre las experiencias traumáticas o abusivas en la infancia y la salud mental para entender realmente la salud mental en la vida adulta. También debe abordarse la relación de las experiencias infantiles positivas con la salud mental, y más concretamente, con la felicidad.

En el estudio correlacional realizado por Dogan y Tuba en 2022 con 695 individuos, se examinó la relación entre las experiencias positivas de la infancia y la satisfacción vital, para llegar a conocer la felicidad de los participantes. Se abordó si la felicidad difería en función del género, si las puntuaciones de las experiencias infantiles positivas cambiaban según el autoconcepto (los participantes se describieran como infelices, moderadamente felices o bastante felices), y se examinó si las experiencias positivas en la infancia precedían a la felicidad y satisfacción vital en la vida adulta.

En lo relativo a las relaciones felicidad-género, y aun cuando culturalmente está aceptado que los niños reciben más atención de la sociedad que las niñas, los resultados de Dogan y Tuba no mostraron diferencias estadísticamente significativas en cuanto a género (un resultado a la que anteriormente habían llegado Csikszentmihalyi y Hunter en 2014), permitiendo deducir que las niñas no perciben la preconizada discriminación.

En cuanto al segundo punto, la felicidad en función de las experiencias infantiles y el autoconcepto, los resultados del estudio mostraron una excelente correlación entre las puntuaciones de las experiencias infantiles positivas y los niveles de autoconcepto.

Finalmente, en el tercer punto, sobre las experiencias positivas en la infancia como predecesor de la felicidad en la etapa adulta, se alcanzó la importante conclusión de que alrededor del 24% de la satisfacción vital del adulto está directamente relacionado con las experiencias positivas en la infancia. No obstante, la atribución del 75% de la felicidad restante no pudo ser relacionado o referido a tales experiencias.

En una interpretación global de estos resultados podríamos concluir que tener una infancia feliz (a todas luces, una ventaja) es una condición necesaria, pero no suficiente para ser un adulto feliz, o visto de otro modo, que las carencias de atención, amor y aprecio no resultan determinantes de infelicidad en la vida adulta. En este sentido, no es correcto victimizar a una persona o justificar hechos delictivos por el hecho de no haber tenido una infancia feliz.

Recientemente, hemos visto como algunos medios televisivos y prensa (La Sexta, OKDiario, Telecinco) han llegado a victimizar al asesino de la matanza de Uvalde, Texas, que acabó con la vida de 19 niños en una escuela primaria y su maestra, por haber tenido una infancia infeliz, “sufrir acoso escolar por ser tartamudo, callado e introspectivo”. El haber sufrido maltrato en el colegio por su tartamudez, no justifica sus hechos posteriores ni la clase de persona en la que llegó a convertirse.

Los conceptos de felicidad y satisfacción vital están relacionados con el pasado y con la actualidad. La satisfacción vital incluye la satisfacción con la vida pasada y la satisfacción con la vida actual. Los individuos con alta satisfacción vital también expresan que están satisfechos con lo que han logrado hasta ahora en la vida y que han alcanzado su vida ideal (Diener et al. 1985).

En otras palabras, la ausencia de dolor, angustia y privaciones en la vida actual de los individuos no significa que sean felices. La felicidad es mucho más que eso. Además de tener pocas emociones y experiencias negativas, el individuo debe experimentar experiencias y emociones positivas en un nivel suficiente.

5. El rol del maestro en la felicidad del alumnado, la importancia de la vocación.

Tradicionalmente, la vocación ha estado indisolublemente unida al maestro y el enseñar ha sido considerado un arte (Larrosa, 2010). Sin vocación, la profesión de enseñante carece de sentido y un maestro sin vocación no puede conferir a su docencia la ilusión, e incluso, la humanización imprescindible (Gervilla, 1998).

Educar implica un compromiso con el otro, una complicidad con el alumno, ver en él o ella la capacidad, en lugar de la incapacidad, y proveer momentos de felicidad durante el aprendizaje. “Como docentes tenemos la responsabilidad moral de educarnos a nosotros mismos y de educar a nuestros alumnos para el optimismo, porque la felicidad puede convertirse en un modo de vida, o en un recurso metodológico para la motivación”. (Mondejar,2019)

En este campo, como reflejan varios autores (Bonilla, 2008, Camps, 1998), nuestro comportamiento, valores y actitudes se transmiten a través de los hechos y con la práctica y nuestros actos tienen mayor peso que nuestras palabras.

La postura física que adoptamos delante de nuestros alumnos es esencial y siempre debe transmitir “te escucho, sea lo que sea lo que quieras decirme” y sobre todo “puedes equivocarte, que lo intentaremos de nuevo”, ya que un mal gesto, una actitud intolerante o un desacuerdo entre lo dicho y lo hecho puede echar por tierra la mejor de las intenciones educativas.

Por otra parte, es fundamental que, para transmitir esta felicidad, los maestros tengamos un alto nivel de satisfacción vital, porque lo que el maestro refleja es lo que el alumno aprende y no es suficiente con buscar la felicidad del alumnado, sino buscar la felicidad de ambos.

Para ello, Perandones González, Herrera Torres y Lledó Carreres (2013) de las Universidades de Alicante y Granada, proponen la incorporación de planes formativos de educación emocional para el profesorado, puesto que la felicidad subjetiva, como parte de las emociones individuales, es un factor con altas implicaciones positivas para llevar a cabo con éxito los retos profesionales que plantea la tarea educativa.

6. Conclusión

En conclusión, podemos establecer que el hecho de que un niño no haya experimentado o sufrido abusos sexuales, físicos o emocionales no indica que su infancia sea buena.

No solo es necesario que no tenga experiencias negativas en la infancia, es necesario que el menor reciba un apoyo emocional y físico adecuado en un ambiente cálido y de amor.

La infancia ideal no es sólo una infancia sin experiencias negativas, sino una infancia con suficientes experiencias positivas, para tener más probabilidades de llegar a ser adultos con una alta satisfacción vital.

La educación emocional y el apoyo no sólo termina al final de la educación primaria, sino que debe seguir a la persona durante toda su vida, a lo largo de las diferentes etapas, para que el individuo aprecie experiencias y emociones positivas.

Podemos afirmar, finalmente, que una parte del rol del profesor es contribuir a fomentar estas experiencias positivas a lo largo de la vida de nuestros alumnos para llegar a tener adultos más felices y por lo tanto una sociedad con mayor satisfacción vital.

 

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Clara Martín Ramos

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