Es bien sabido que a Leopold Mozart nunca le gustaron ni Constanze Weber ni su familia y que solo aprobó la boda de su hijo cuando esta ya era inevitable (tan inevitable como que su carta de aprobación llegó después de haber tenido lugar la ceremonia). También es sabido que Wolfgang se había enamorado, en primer lugar, de una hermana de Constanze; y que solo después de que aquella se casara, de que el arzobispo de Salzburgo le echara a patadas y de que, a raíz de esto último, el compositor decidiera alojarse en la casa de las Weber (madre e hijas), este iniciaría la relación con Constanze, de quien meses después se declararía perdidamente enamorado. Las fuentes primarias a las que podemos acudir para conocer mejor el inicio de esta relación, y como tantas veces en el caso de Mozart, son las cartas que padre e hijo intercambiaron durante esta época de la vida del compositor. Existen dos selecciones traducidas al español por Miguel Sáenz: la primera, de 1986, publicada por Muchnik Editores y la segunda, de 2012, editada por la Editorial Ken.
En cuanto a las fuentes secundarias, una de las primeras biografías existentes sobre el compositor es la escrita, a modo de epístola y con un tono inequívocamente romántico, por Stendhal (Stendhal 1814, 2006). En ella, Constanze aparece mencionada esporádica y brevemente como una mujer de salud «delicada» a la que Mozart «amaba apasionadamente» y que fue una «excelente compañera» para él (Stendhal 1814, 2006, p. 99). Hasta aquí, nada sorprendente. El origen decimonónico de esta breve biografía haría difícil que pudiera reflejar nada parecido a una relación que no hubiera sido ideal. En ella, y de forma acorde con la percepción que el romanticismo tenía de los genios, Mozart era un hombre desordenado en lo que se refiere a los asuntos domésticos y a la administración económica, y causante por tanto, él mismo, de su propia ruina. Lo curioso comienza cuando, en el estudio introductorio que Miguel Ángel de Rus hace, en 2006, a la edición española del librito de Stendhal leemos que la que sería suegra de Mozart es poco menos que una bruja en cuyas garras cae el inocente compositor; mientras que Constanze es una mujer poco agraciada, «libertina, «casquivana» o «algo más que ligera de cascos» de la que se cuestiona abiertamente su moralidad (De Rus, 2006, pp. 31-32). Todo ello resulta aún más chocante cuando comparamos esta evaluación negativa con la naturalidad con que De Rus habla de un reconocido «escarceo» que Mozart habría tenido poco antes de su boda y que, según el mismo autor, se habría debido a las lógicas reticencias del compositor a la hora de casarse con Constanze (De Rus, 2006, p. 30).
La valoración de De Rus se apoya en una carta del propio Mozart en la que informa a Leopold, su padre, del amor que siente por la que sería su mujer. De Rus ve en esta carta una «descripción destructiva» de Constanze y señala que en ella se dan a entender «todos sus defectos de un modo terrible». El fragmento citado por De Rus sobre Constanze, Mozart dice de ella que «no es fea, aunque dista mucho de ser bonita, toda su belleza consiste en dos ojitos negros y en una bonita estatura. No es precisamente chistosa, pero tiene un modo de pensar bastante sano. Es completamente falso que sienta inclinación al lujo» (De Rus, 2006, p. 31).
Visto así, bien podríamos dar la razón a De Rus. Pero si leemos la carta completa, escrita el 15 de diciembre de 1781 (Dini, 1986, p. 174-177), esta comienza con la exposición de los temores de Mozart al reproche de su padre: «Con cuánto gusto le hubiera abierto mi corazón hace tiempo; pero el reproche que hubiera podido hacerme usted sobre el “pensar en algo así en momento inoportuno” me retrajo». Después sigue el ruego de que atienda a sus razones: «le ruego queridísimo, amadísimo padre, ¡que me escuche!»; para finalmente pasar a enumerar estas. Entre dichas razones, Mozart comienza con aquellas de carácter práctico: «La naturaleza habla en mí con tanta fuerza como en cualquier otro […pero tengo] demasiado amor al prójimo y unos sentimientos demasiado honrados para poder seducir a alguna muchacha inocente; y […] demasiado amor a mi salud, como para andar con prostitutas […] Mi temperamento [está] más inclinado a la vida tranquila y casera que a la bulliciosa […] No puedo imaginar nada más necesario que una mujer [ya que con ella] se lleva una vida ordenada». Tras estas, aparecen nuevos temores a la hora de comunicar a su padre de quién se trata: «No se asuste tampoco, se lo ruego»; y, ahora sí, y finalmente, Mozart pasa a hablar de las cualidades de su prometida: «mi buena y querida Konstanze es la mártir entre ellas, y quizá precisamente por ello, la de mejor corazón, la más hábil y, en pocas palabras, la mejor. Ella se ocupa de todo lo de la casa y sin embargo nada les parece bien». En este momento de la carta es cuando vemos, contextualizado, el pasaje citado por De Rus:
Ay queridísimo padre, podría llenar pliegos enteros describiendo nuestros encuentros en esa casa. Si me lo pide lo haré en la próxima carta. Sin embargo, antes de librarlo de mi parloteo, tengo que darle a conocer mejor el carácter de mi querida Konstanze. No es fea, pero tampoco hermosa. Toda su hermosura consiste en dos ojitos negros y en una hermosa figura. No tiene ingenio, pero sí un sano sentido común suficiente para cumplir sus deberes de mujer y madre. No es inclinada al boato, eso es básicamente falso. Al contrario, está acostumbrada a ir mal vestida, porque lo poco que pudo hacer su madre por sus hijas lo hizo por las otras dos, pero nunca por ella. Es cierto que le gusta vestirse bien y con pulcritud, pero nunca de forma propre, y la mayor parte de las cosas que necesita una mujer se las puede hacer por sí misma. Y se peina también sola todos los días, entiende de la administración de la casa, tiene el mejor corazón del mundo y me quiere con todo corazón. Dígame si podría desear una mujer mejor […].
Al margen de que la traducción que cita De Rus y la de Sáenz ya muestran connotaciones diferentes siendo esta última bastante más positiva que la anterior, la lectura nos puede llevar a múltiples interpretaciones pero lo cierto es que en la carta, la presencia de los «defectos» de Constance es mínima comparada con la alabanza a sus virtudes y desde el principio queda claro que Mozart la ama. Es cierto que, a raíz de la lectura, también podemos pensar que lo prioritario para Mozart era solucionar cuestiones de índole práctica; así como también podemos deducir que el hecho de incidir en este tipo de cuestiones se podría deber a que la carta se dirigía a su padre, y Mozart bien pudo pensar que éste aceptaría mejor la situación planteada así que si hubiera alegado solo razones amorosas.
También podemos tener en cuenta que, en el siglo XVIII, el hecho de que un hombre viera en el matrimonio un medio de acceder a una vida más ordenada, además del lugar donde liberar su «naturaleza» de forma honesta y segura, puede ser visto de forma tan normal como el que una mujer de esa misma época considerara el matrimonio como un medio de asegurarse una renta vitalicia. De hecho, no hay que retroceder casi tres siglos para comprobar la solidez y longevidad de este tipo de contratos.¿No era Constance «suficiente» para Mozart?¿Fue este «engañado» por la señora Weber? La visión extremadamente negativa que De Rus nos da sobre Constanze resulta, cuando menos, poco objetiva y se repite en diferentes ocasiones a lo largo de su introducción, sin que parezca justificada por las fuentes pero que coincide sustancialmente con la que, durante gran parte del siglo veinte, predominó respecto al tema y que no es otra sino la visión del propio Leopold Mozart. O al menos tal es la explicación que da Landon. Cuando tras señalar que Constanze «es quizá la mujer menos querida de la historia de la música», Landon comienza señalando algunos de los juicios que se han hecho sobre ella: «Era una muñeca sexual, era una mujer superficial, tonta, incapaz de comprender a Mozart, era una mala administradora de los asuntos domésticos y le empujaba a llevar una vida frívola por no decir absolutamente disoluta» (Landon, 2005).
A partir de ahí, Landon analiza la historiografía y las fuentes para rastrear la veracidad de esa imagen y nos informa de que habría sido Arthur Schuring, en 1913, quien marcará la pauta a la hora de considerar a Constanze como un «símbolo sexual insensato y maquinador». Tras él, otros, como Hermann Abert o, mucho después, en 1977, Hildesheimer, habrían seguido insistiendo en la supuesta ligereza moral e intelectual de Constanze. La cosa habría llegado tan lejos que incluso algunos investigadores habrían sugerido que el último hijo de Mozart no sería de Mozart (tesis de la que también se hace eco De Rus). Landon señala una fecha tan tardía como 1986 como el momento en que, por primera vez, un historiador, Braunbehrens, afirma que «no hay el más mínimo motivo para tener una opinión negativa» sobre Constanze Mozart (Landon, 2005). Sin embargo, muy poco antes de esa fecha, en 1982, el crítico francés Marcel Brion, en su monografía sobre el compositor, no había tenido ningún pudor a la hora de verter, a lo largo de cuatro largas páginas, una inmensa sarta de descalificaciones referidas a Constanze (Brion, 1982, pp. 213-216). Según él:
De un egoísmo inconsciente, casi feroz por su involuntaria crudeza, e incapaz del menor sacrificio, Constanze gustaba a Mozart por lo que también ella tenía de infantil, de bohemia y de no convencional. Pero su ineptitud para llevar una casa y, sobre todo, la casa de un hombre de talento, compelido las más de las veces a las privaciones, cuando no a la miseria, hacía de ella una pesada carga. Una compañera de placeres, casi una cómplice en el olvido de las serias necesidades de la vida cotidiana, es lo que era en realidad. Rehuía las obligaciones más apremiantes y, a medida que estas se hacían más urgentes y más penosas, descubrió en la enfermedad una coartada, una puerta a cierta para la evasión.
Brion, en un intento de dar un carácter más científico a su insultante discurso, llega a afirmar que, solo mirando el retrato de Constanze, un fisonomista podría diagnosticar «un carácter ligero y frívolo, una ausencia de elevadas preocupaciones y algo así como un cierto infantilismo, una puerilidad excesivamente prolongada, que impide al individuo llegar a la madurez» (Brion, 1982, pp. 213).
Volviendo a De Rus, la valoración negativa que este hace de Constanze Mozart es tanto más chocante en cuanto está hecha en una fecha tardía, ya en pleno siglo veintiuno. Unos años en que la historiografía ha comenzado a interpretar las fuentes de forma más rigurosa y a buscar nuevos enfoques al tema que ya no pasan por la crítica fácil y tendenciosa de Constanze. Entre ellos encontramos el de Pierre Petit (Petit, 1992) quien sugiere la posibilidad de que Leopold tuviera celos de su hijo y señala los continuos envíos de dinero que éste hacía a aquel. Petit ahonda así más en la relación paterno-filial que en la conyugal. Respecto a esta última, Ramón Andrés señala que «el dispendio y la vida disipada fueron proverbiales en el matrimonio» y que «la convivencia entre la joven esposa y Leopold nunca fue un modelo de concordia» (Andrés, 2006). Por su parte, Balcells, retrata a un Mozart dependiente en extremo de Constanze y en cuyo matrimonio los celos se habrían manifestado en diferentes ocasiones (Balcells, 2000).
Si seguimos consultando la inmensa bibliografía existente sobre Mozart, esta no hará sino reafirmarnos en la idea de que Constanze Mozart ha sido tradicionalmente tratada de forma injusta y que las fuentes han sido utilizadas para intentar justificar una imagen que no es sino una interpretación maliciosa de las mismas. Aún así, posiblemente no conoceremos nunca la verdad sobre la esposa del compositor, pero no parece descabellado afirmar que su valoración pasada es fruto de una sociedad que condena cualquier atisbo, por mínimo que sea, de supuesta inmoralidad referida al género femenino; que no acepta que la mujer de un gran hombre sea ninguna otra cosa que el reposo del guerrero; que pone sobre la mujer, y solo sobre la mujer, el peso de la felicidad del matrimonio; que culpa por ser fea pero también por ser sensual, por no saber vestir, o por no saber administrar; por no estar sometida al genio, o por no estar a su altura o por no tener personalidad o por tener demasiada. Una visión machista que aparece no solo en los comentarios acerca de Constanze sino también en otros, alejados del tema, aparentemente inocentes y formulados por autores más actuales y ecuánimes, como Balcells, quien hace una interesantísima reflexión sobre la presencia de Constanze en las obras de Mozart pero que afirma, por ejemplo, que Cosi fan Tutti es una obra sobre la «inconstancia femenina» (Balcells, 2000).
Bibliografía
ANDRÉS, Ramón (2006). Mozart: Su vida y su obra. Barcelona: Ma Non Troppo.
BALCELLS, P. A. (2000). Autoretrato de Mozart. Barcelona: El Acantilado.
BRION, Marcel (1982). Mozart. Barcelona: Planeta-De Agostini.
DE RUS, Miguel Ángel (2006). «Estudio Introductorio». En STENDHAL. Vida de Mozart. Madrid: Ediciones Irreverentes.
DINI, Jesus (ed.) (1986). Cartas de Wolfgang Amadeus Mozart. Traducción de Miguel Sáenz. Barcelona: Muchnik Editores.
LANDON, H. C. Robbins (2005). 1791: El último año de Mozart. Madrid: Siruela.
PETIT, Pierre (1992). Mozart o la música instantánea. Madrid: Rialp.
SAÉNZ, Miguel (ed. y trad.) (2012). Cartas al padre (1777-1787). Navarra: Editorial Ken.
STENDHAL (1814, 2006). Vida de Mozart. Estudio introductorio de Miguel Ángel de Rus. Madrid: Ediciones Irreverentes.
Elisa Pulla Escobar