La mejora de la convivencia en la escuela, uno de los principales espacios de socialización, es uno de los mayores retos a los que nos enfrentamos, dado que vivimos en un creciente clima de agresividad y violencia. Pero, ¿son lo mismo? Si bien ambos términos suelen emplearse indistintamente como sinónimos, conviene que los precisemos. La agresividad es una conducta innata que se ejerce automáticamente ante determinados estímulos, por lo que se podría entender como una reacción biológica innata o instintiva. En cambio, la violencia es agresividad alterada por una serie de factores que la convierten en una conducta intencional (Sanmartín, 2013).
Asimismo, en función del daño causado, hablamos de violencia física, psicológica, sexual o económica. Y según el escenario en el que tiene lugar, puede ser familiar, escolar o laboral, entre otros. De todas estas tipologías, nos interesa el concepto de violencia escolar, esto es, cualquier acción –u omisión- intencional y dañina que ocurre en las instalaciones escolares, en sus alrededores o en las actividades extraescolares, y que es protagonizada por agentes del sistema educativo. En este artículo nos centraremos en la violencia escolar entre iguales.
No obstante, el presente artículo no tiene por objeto abordar el acoso escolar o bullying, -una de las mayores lacras con la que convivimos en las aulas-, sino analizar el problema de raíz, es decir, tratar de averiguar cuáles son los factores que conducen estos climas de inestabilidad y violencia en el ámbito escolar. El acoso es tan solo la punta del iceberg, bajo la cual subyacen desde factores individuales hasta factores familiares; de ellos nos ocuparemos a continuación.
Así pues, entre los factores de riesgo de violencia escolar, desde el punto de vista del agresor, nos encontramos:
Factores cognitivos:
- Impulsividad: se adoptan decisiones rápidamente, sin anticipar las consecuencias de la conducta y sin evaluar el resultado del proceder.
- Pensamiento dicotómico: la mayoría de los agresores (no solo los escolares) dividen el mundo en dos bandos. En uno están el agresor y los suyos, mientras que en el otro está la supuesta víctima.
- Locus de control externo: hay personas que creen que lo que les sucede no tiene que ver con sus acciones, sino que depende de factores eternos (el destino u otras personas, como la víctima).
Según el informe Violencia entre compañeros en la Escuela. España (2005), del Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia, entre 7-8 de cada 10 agresores escolares dicen que lo son “porque se sienten provocados”. Como suele ocurrir en la mayoría de las formas de violencia, el agresor se autopercibe como víctima que ha de defenderse.
Factores psicológicos:
- Emocionales: la ausencia de empatía o habilidad emocional de sentir o compartir el estado emocional del otro. De hecho, es relevante el dato que arroja el informe de Sanmartín y Rojo (2006), en el que el 22,5% de los alumnos de 1º y 2º de ESO con bajo nivel de empatía se identifica con alguno de los rasgos de los agresores. Por tanto, podemos afirmar que a menor nivel de empatía, mayor índice de violencia escolar.
- Comportamentales: encontramos la hiperactividad que, junto con la impulsividad, suele ir acompañada de cierto déficit de atención.
- Baja autoestima, con una percepción negativa de sí mismo.
- Egocentrismo: exagerada exaltación de la propia personalidad.
Fuente: https://pixabay.com
A su vez, dichos elementos no adquieren sentido si no se complementan con los factores de riesgo familiares. De este modo, el agresor es el resultado de:
- Prácticas de crianza o modelos educativos inadecuados: desde el modelo autoritario (según el cual ejercer un control basado en el “no” genera frustración, baja autoestima y acaba desembocando en una conducta violenta); pasando por el modelo permisivo (modelo del “sí a todo”, donde no se fijan límites y esto genera egocentrismo, falta de empatía, bajo nivel de frustración y, en suma, una conducta violenta); hasta el modelo hiperprotector (a menudo los padres acaban viviendo la vida de los hijos, a quienes reemplazan).
- Familias disfuncionales; el escaso tiempo compartido en familia; los escasos (o pobres) canales de comunicación; o, incluso, maltrato intrafamiliar.
Por otro lado, a estos factores individuales debemos añadir los factores de riesgo escolares.
- Ley del silencio: frente a quienes sostienen la “ley del silencio” como un factor decisivo, experiencias como la de la profesora Christina Salmivalli, de la Universidad de Turku (Finlandia) ponen de manifiesto que en la violencia escolar no están involucrados únicamente agresor y víctima, y no se trata de que haya un(a) estudiante con conductas violentas hacia otro u otra. Tan responsable de lo que sucede es el agresor como quienes permiten que esto suceda. Es más, son responsables quienes refuerzan las conductas del agresor, de ahí que debamos modificar la conducta no solo del agresor, sino de quienes, consciente o inconscientemente, le prestan apoyo moral.
- Clima escolar: la escuela es la responsable de la seguridad de los miembros de la comunidad educativa y, en particular, de los escolares. Sin embargo, la seguridad no solo está relacionada con la existencia de medidas de prevención de posibles problemas de violencia escolar, sino que tiene que ver, sobre todo, con la existencia en el centro escolar de un clima positivo vertebrado en una serie de valores y principios claros acerca de cómo comportarse. En este sentido, para promover una cultura sin violencia debe hacerse entender al alumnado que la violencia escolar, al igual que toda forma de violencia, es un atentado contra los Derechos Humanos.
- Deficiencias en habilidades didácticas y técnicas de resolución de conflictos: el problema no es la existencia de conflictos en sí misma, sino que este surge cuando se recurre a desacertadas vías para resolver el conflicto.
- Políticas educativas que no sancionan las conductas violentas de forma adecuada.
- Transmisión de contenidos excesivamente academicistas. Cabría plantearse si no estamos dejando a un lado la educación en valores.
Por último, ¿qué podemos decir de los factores de riesgo de la víctima? En realidad no difieren de los expuestos anteriormente. A nivel individual presenta una baja autoestima, carencia de habilidades sociales, rasgos físicos o culturales distintos a los de la mayoría… Y a nivel familiar se repiten las prácticas de crianza inadecuadas o negligentes, con poca comunicación.
En definitiva, y por todo ello, conocer todos estos factores es el primer paso, pues nos ayudarán a comprender el porqué de titulares alarmantes como “Uno de cada tres niños afirma que en su clase hay acoso escolar”[1], “Los familiares cometen el 60% de las agresiones a menores”[2] o “Acoso en el parvulario”[3] y, lo que es primordial, contaremos con herramientas para prevenir. Como docentes estamos expuestos a todos estos problemas y, si bien no es tarea fácil, solo si afrontamos la realidad, la asumimos tal y como es y estamos convencidos de que la podemos cambiar, obtendremos resultados. El momento es ahora.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
- Sanmartín, J. (2013). La violencia y sus claves. Barcelona: Ariel.
- Sanmartín, J. y Rojo, L. (2006): Problemas de conducta en escolares. Comunitat Valenciana, 2006. Centro Sofía para el Estudio de la Violencia, Serie Documentos 9.
- Serrano, A. e Iborra, I. (2005). Informe violencia entre compañeros en la escuela España, 2005. Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia.
[1] Noticia extraída del diario digital El País, con fecha de publicación de 2 de mayo de 2018. https://politica.elpais.com/politica/2018/04/30/actualidad/1525119884_318076.html
[2] Noticia extraída del diario digital El País, con fecha de publicación de 16 de marzo de 2018. https://politica.elpais.com/politica/2018/03/15/actualidad/1521141620_110625.html
[3] Noticia extraída del diario digital El País, con fecha de publicación de 9 de mayo de 2018. https://elpais.com/ccaa/2018/05/09/catalunya/1525879404_850414.html
Paula Gómez Tarancón