En la actualidad, la Ley Orgánica 2/2006, de 3 de mayo de Educación, modificada por la Ley Orgánica 8/2013, de 9 de diciembre, para la Mejora de la Calidad Educativa, plantea un modelo educativo que asume una función ético-moral como un complemento a los conocimientos científicos ya que, como apuntaba Durkheim en 1922, la educación a través de las instituciones de enseñanza cumple tres funciones básicas: transmitir conocimientos, inculcar valores y aportar cultura social a las nuevas generaciones. En este sentido, la educación es, ha sido y será un importante factor de socialización.
Si nos centramos en la educación en valores, es necesario recordar que, como indica la filósofa CAMPS (2000), el valor es una construcción cultural entre el desarrollo personal del individuo y la influencia de los canales de socialización. De este modo, el valor marca nuestras actitudes, conductas e interacción con los otros y diferentes elementos intervienen en su definición: subjetividad / objetividad; emocional / racional; universalidad / relatividad; colectivo / individual.
De esta manera, el sistema educativo español abre la posibilidad de compromiso con un sistema de valores básicos para la vida y para la convivencia. En este sentido, y dado que el modo en que los individuos desarrollan su ocio condiciona en gran parte el modelo de sociedad que tendrá lugar, la educación en, para y mediante el tiempo libre se convierte, probablemente, en uno de los grandes retos del ámbito escolar.
En el artículo 24 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) ya se proclamaba el derecho de toda persona al descanso, al disfrute del tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a vacaciones periódicas pagadas. El derecho al tiempo libre y al ocio son bienes que se deben proteger y activar mediante experiencias significativas para cada persona desde la infancia hasta la vejez.
LLULL (2001), por su parte, se refiere al ocio como un instrumento de crecimiento personal y social, una fuente de salud y de prevención de todo tipo de enfermedades, un derecho humano que puede darse una vez cubiertas las necesidades más básicas de la persona, así como un indicador de calidad de vida. Señala así en qué sentido el ocio tiene implicaciones en el desarrollo social.
Concretando más, se puede sintetizar que los beneficios del ocio son, a grandes rasgos: hacer sentir bien a las personas, felices, ayudándolas a olvidar sus problemas y preocupaciones; ayudar a satisfacer sus gustos y encontrar nuevos intereses; fomentar el desarrollo de las relaciones sociales y el desarrollo y mantenimiento de las habilidades físicas, motrices, sociales, etc.; prevenir el estrés y otras enfermedades, etc.
Ahora bien, el desarrollo de la llamada cultura de consumo, fomentada probablemente por la maquinaria de la publicidad para el mantenimiento e incremento de la industria del ocio, ha propiciado la aparición de la estandarización del ocio y del consumo dirigido. Lozano (2017) nos recuerda algunos de los riesgos asociados al ocio en la sociedad actual, no solo físicos (actividades o conductas de riesgo, riesgos viales o de la ciudad, violencia) sino también psicológicos (anomia social, privatización, pasividad, consumismo).
Por ello, dotar a los alumnos de las herramientas propias de la pedagogía del ocio los ayudará a ser más autónomos y críticos en sus decisiones respecto al uso de su tiempo libre, evitando que lo malgasten o lo afronten con actitudes pasivas, irresponsables o consumistas. En términos generales la pedagogía del ocio se caracteriza por ser una ciencia relativamente moderna, encuadrarse en la educación no formal, centrarse en todas las etapas de la vida y ser un proceso analítico-reflexivo, activo y participativo que implica a toda la ciudadanía, además de transversal al tiempo de ocio encaminado a su mejora, eficiencia y optimización.
La educación para el tiempo libre, una de las líneas de actuación en el marco de la pedagogía del ocio, es la de educar para un uso correcto y adecuado del ocio. Algunos de los aspectos que se pueden tener en cuenta, como recuerda Lozano (2017), son: educación para el consumo, educación con relación a conductas de riesgo, etc. Además, el propio ocio aparece como una inmejorable fuente educativa por lo que también puede ser usado para la transmisión de valores, emociones y hábitos, la transmisión de aspectos culturales, la integración e inclusión ciudadana, la transmisión de conocimiento, etc.
De esta manera, se logrará fomentar en el alumnado un desarrollo satisfactorio y placentero de su ocio, empleando de forma positiva su tiempo libre. Si bien, como recuerda Quintana (1998), para que sea posible y eficaz este aprendizaje de valores se requieren tres condiciones principales: una relativa unidad y congruencia en los valores de los agentes educativos (familia, escuela y estado); la constancia de sus costumbres; y el buen ejemplo de las personas con las cuáles uno convive efectivamente.
BIBLIOGRAFÍA
- Camps, V. (2000): Los valores de la educación. Madrid: Anaya.
- Lozano Luzón, J. (2016): Actividades de ocio y tiempo libre. Madrid: Síntesis.
- Llull, J. (2001): Teoría y práctica de la educación en el tiempo libre. Madrid: CCS.
María Luz Serrano Martínez.