La paz, como recuerda Álamo (2017), es un valor que tiene una múltiple dimensión. Se puede entender en términos de autorrealización, es decir, como la liberación del individuo de todo lo que le impide gozar de la vida. También hay que considerar la paz en el sentido de justicia social; no puede existir dominio, superioridad o marginación ya que requiere igualdad y control en la distribución del poder y de los recursos. Además, la paz se concibe como la ausencia de condiciones o circunstancias no deseadas y la paz positiva se concibe desde el modelo de cooperación, es decir, a partir de filosofías de colaboración mutua, asistencia, confianza y entendimiento.
Asumiendo la cultura de paz como deseable, en la 44ª reunión de la Conferencia Internacional de Educación, celebrada en Ginebra en 1994, y ratificada por la Conferencia General de la UNESCO, en su 28ª reunión celebrada en París en noviembre de 1995, se redactó el documento titulado La educación para la Paz, los Derechos Humanos y la Democracia. En este se dice que la educación para la paz ha de fomentar la capacidad de apreciar el valor de la libertad y las aptitudes que permitan responder a sus retos. Ello supone que se prepare a los ciudadanos para que sepan manejar situaciones difíciles e inciertas, prepararlos para la autonomía y la responsabilidad individuales. Esta última ha de estar ligada al reconocimiento del valor del compromiso cívico, de la asociación con los demás para resolver los problemas y trabajar por una comunidad justa, pacífica y democrática.
En este sentido, la paz, como cualquier otro valor, necesita ser descubierta, asumida y desarrollada dentro de un sistema personal de valores y para ello debe ser objeto de todas las etapas del sistema educativo. Según Quintana Cabanas (1998), la educación en valores viene a ser una corrección de la democracia liberal a favor de ciertas virtudes cívicas imprescindibles y de los deberes fundamentales que los individuos tienen con la colectividad (…) Para que sea posible y eficaz ese aprendizaje de valores se requieren tres condiciones principales: una relativa unidad y congruencia en los valores de los agentes educativos (familia, escuela y estado); la constancia de sus costumbres; y el buen ejemplo de las personas con las cuáles uno convive efectivamente.
Si nos centramos en el ámbito educativo, la mediación se convierte en un enfoque imprescindible para la resolución de conflictos y, por tanto, va ligada a la educación para la paz y a la cultura de la paz.
El conflicto, entendido como crisis, acompaña a los seres humanos a lo largo de toda la vida y facilita el proceso madurativo de estos si se resuelve adecuadamente. Ovejero (2004) afirma que los conflictos son situaciones en las que: dos o más personas no están de acuerdo; las posiciones, los intereses o las necesidades de las personas involucradas son incompatibles y así son percibidas por cada una de las partes; y la relación entre las partes puede fortalecerse o deteriorarse en función de cuál sea el proceso de resolución del conflicto.
Los estilos de resolver un conflicto son diversos (competición, evitación, acomodación, compromiso y colaboración) en función de la preocupación por uno mismo (satisfacer los propios intereses) y la preocupación por el otro (satisfacer los intereses de los demás), siguiendo la matriz de Thomas-Kilmann.
La mediación se sitúa en el espacio reservado a la ayuda mutua y prosocial. Es un método alternativo de resolución de conflictos en presencia de un mediador neutral en un proceso psicosocial con el objetivo de llegar a un acuerdo (Álamo, 2017, citando a Boqué, 2003). Requiere el libre consentimiento de las partes y la confidencialidad, así como técnicas de comunicación. La mediación es un proceso de transformación psicosocial, cultural y personal: un arte en la resolución de conflictos.
Además, en la cultura de la mediación (Viñas, 2004), los conflictos se definen por una serie de criterios: son hechos naturales en las organizaciones; no se solucionan solos; el mejor principio de resolución es el de “todos salimos ganando”; son diversos y su solución, también; deben contextualizarse y su solución debe ajustarse al contexto propio; la mediación se entiende como un enfoque de resolución muy creativo; el análisis de los conflictos necesita de la reflexión no solo de las conductas, sino también del marco donde se expanden los comportamientos que generan el desequilibrio contextual; los conflictos y su resolución poseen unas fases concretas bien definidas que es necesario seguir con rigor (tecnología socioeducativa de la mediación comunitaria); y un conflicto lo tienen dos partes pero las soluciones siempre pueden implican a más.
De esta manera, se vuelve a apreciar que la mediación tiene una dimensión pedagógica ya que como se indica en el Preámbulo de la constitución de la UNESCO: “Puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres, donde deben erigirse los baluartes de la paz”. Así, recuerdan Ortuño y cols. (2015), la mediación enseña a gestionar el conflicto en el presente, en el ámbito escolar, pero esa enseñanza se proyecta al futuro con visión propedéutica.
BIBLIOGRAFÍA
- Álamo Vaquero, L. (2017): Mediación comunitaria. Madrid: Editorial Síntesis.
- Ortuño Muñoz, E. A. y colaboradores (2015): La mediación escolar. Formación para profesores. Región de Murcia: Observatorio para la Convivencia Escolar en la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia.
- Ovejero Bernal, A. (2004): Técnicas de negociación. Cómo negociar eficaz y exitosamente. Madrid: McGrwaw-Hill.
- UNESCO (1995): Declaración y Plan de Acción Integrado sobre la Educación para la Paz, los Derechos Humanos y la Democracia.
- Viñas Cirera, J. (2004): Conflictos en los centros educativos. Barcelona: Grao.
María Luz Serrano Martínez