Como indica Casas Gómez (1986), por una serie de condicionamientos sociales huimos de ciertos signos, pero conservamos sus ideas, utilizando para expresarlos unos sustitutos encubridores. Así, el tabú lingüístico es el fenómeno por el cual ciertas palabras relacionadas con supersticiones y creencias se evitan y se sustituyen por préstamos, eufemismos, circunlocuciones, metáforas, antífrasis, etc. (Coseriu, 1977). De aquí se desprende algo tan importante como es poner en tela de juicio uno de los principios básicos de la lingüística moderna: la arbitrariedad o, más bien, la inmotivación del signo (Saussure, 1976, citado en Casas Gómez, 1986).
Concretamente, el eufemismo debería depender, como establece Montero (1981) de una única causa psicológica: el temor. En la actualidad, las causas eufemísticas son, sin embargo, de orden afectivo-asociativo. De lo que se huye por medio del eufemismo –“proceso psicoasociativo que, lejos de motivar, lo que busca es romper la asociación” (Guiraud, 1971)- es de la representación obscena, sucia o molesta que el ser, función, objeto o miembro transmite a la palabra.
El eufemismo es, principalmente, un fenómeno social y el matiz eufemístico de una palabra es, por consiguiente, inestable, efímero y relativo; ofreciendo diferencias sustanciales según la época, el lugar, el pueblo, la clase social, el sexo, la edad y las circunstancias. La Real Academia Española lo define como: “manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura y malsonante”. Lechado García (2000), sin embargo, indica que, probablemente, sea más adecuado definir el eufemismo como “cualquier voz o expresión que sustituye a otra que, por razones diversas, resulta inapropiada para el hablante y el oyente en un determinado contexto”.
Así, Carnoy (1927) apunta que el propósito del eufemismo no es, evidentemente, esconder realidades desagradables, pues para eso lo más sencillo sería callarse. Pretende solamente minimizar la impresión dolorosa que su evocación provocaría en otros o los inconvenientes que esta revelación ocasiona a quien habla. De manera positiva, el eufemismo tiende también, frecuentemente, a provocar una posición favorable en el interlocutor. Por ello, si se traslada el estudio al ámbito de la educación, se pueden apreciar precisamente estos intereses en el uso del eufemismo.
En este sentido, es de especial interés el trabajo de Armenta Moreno (2010): Eufemismo en el lenguaje políticamente correcto de textos legales sobre educación (1986-2006). En cuyo resumen apunta que: “El movimiento políticamente correcto tiene una importante vertiente lingüística que impone unos determinados usos a los hablantes, ejerciendo un control sobre las maneras de decir. La Administración y el lenguaje legal se sirven de cuantos recursos lingüísticos están a su alcance para aparecer como emisores progresistas y, sobre todo, para transmitir una determinada visión de la realidad educativa, una visión interesada y manipulada. A esto sirve de forma especial el empleo de usos eufemísticos”.
La autora cita diferentes mecanismos lingüísticos para el uso de sustitutos eufemísticos como estrategia especialmente útil para lograr los fines de lo políticamente correcto, entre ellos: el uso de siglas opacas (AC, ACI, etc.) con una evidente finalidad encubridora; el uso de adjetivos ennoblecedores que falsean la realidad como en prueba extraordinaria; litotes del tipo no apto; anglicismos como bullying; creaciones neológicas como ciberacoso; etc.
Existen otros estudios interesantes en torno al tema como, por ejemplo, el de Gómez Torres (2010): Pedagogía intercultural: ¿un eufemismo para tranquilizar conciencias o una alternativa para la transformación? o el libro Las trampas de la escuela “integradora” de De la Vega (2008) en el que se plantea el surgimiento de nuevos eufemismos: aquellos relacionados con el discurso de la diversidad.
Si bien, no solo la Administración educativa es generadora de tales eufemismos, Szarazgat, Glaz y Gaetano (2009) lo relatan muy bien: “Los asuntos que identificamos como articulables con «prejuicio» y «discriminación» atraviesan diversos procesos de mutación, transformación y cambio que neutralizan los lenguajes disponibles y crean nuevas situaciones que no son inmediatamente reconocibles ni caracterizables como opresivas o asimétricas (Kaufman, 2007). Obsérvese en este sentido la siguiente secuencia de sustitución: inquieto – revoltoso – hiperactivo – ADD (Attention Deficit Disorder) – y el eufemismo «exceso de vitalidad». El uso de estos recursos retóricos se sostiene en el tiempo para evitar decir que, tal vez, lo que se les está ofreciendo no es lo que necesitan”.
El campo que queda abierto para la reflexión, como se observa, es muy amplio y el ámbito de estudio apenas ha empezado a ser explorado…
BIBLIOGRAFÍA.
- Armenta Moreno, L. M. (2010): Eufemismo en el lenguaje políticamente correcto de textos legales sobre educación (1986-2006). Universidad de Alicante: ELUA, 24., pág. 37 – 72.
- Carnoy, A. (1927): “La science du mot”. Lovaina.
- Casas Gómez, M. (1986): “La interdicción lingüística. Mecanismos del eufemismo y el disfemismo”. Servicios de Publicaciones. Universidad de Cádiz.
- Coseriu, E. (1977): “El hombre y su lenguaje. Estudios de teoría y metodología lingüística”. Madrid.
- De la Vega, E. (2008): Las trampas de la escuela “integradora” Buenos Aires: Novedud Libros.
- Gómez Torres, J. R. (2010): Pedagogía intercultural: ¿un eufemismo para tranquilizar conciencias o una alternativa para la transformación? Revista Electrónic@ Educare Vol. XIV, N° 1, [77-84], ISSN: 1409-42-58, Enero-Junio 2010
- Guiraud, P. (1971): “La semántica”. Fondo de Cultura Económica. México.
- Lechado García, J. M. (2000): “Diccionario de eufemismos”. Editorial Verbum. Madrid.
- Montero, E. (1981): “El eufemismo en Galicia. Su comparación con otras áreas romances”. Verba, Anuario Galego de Filoloxía. Universidad de Santiago de Compostela.
- Szarazgat, D., Glaz, C., y Gaetano, C. (2009): Revista Iberoamericana de Educación, nº 50, pp. 221-232.
María Luz Serrano Martínez