Una de las frustraciones más comunes que nos encontramos los docentes cuando dedicamos tiempo de lectura en el aula o cuando queremos que la lectura se haga en casa, es el alto porcentaje de alumnos que no realiza la actividad. ¿Qué podemos hacer en estos casos? O bien seguimos adelante y la mitad de la clase no adquiere esos contenidos, o nos detenemos en ellos mientras los alumnos que sí han hecho su trabajo sienten que su esfuerzo no se ve recompensado.
Por este motivo, es nuestra labor encontrar mecanismos para que la lectura se integre de forma efectiva en nuestras clases, ya sea para apoyar la asimilación de contenidos o para fomentar el aprendizaje por competencias.
Efectivamente, el bajo nivel de participación en las actividades de lectura es una de las mayores dificultades a los que nos enfrentamos los docentes cuando planteamos este tipo de actividades. Teniendo en cuenta el alto número de alumnos que tenemos hoy en día en las aulas, este se constituye en un problema de gran envergadura.
Además, los ritmos de aprendizaje de nuestros alumnos son muy diversos, por lo que es común que debamos preparar adaptaciones de muchas de las actividades que proponemos; ante lo que prima la necesidad de maximizar el rendimiento de nuestros materiales.
A la vista de todos estos aspectos, una de las actividades de lectura que, según mi experiencia, mejor funcionan en el aula son los Reading Circles o Círculos literarios.
Un círculo literario es un pequeño grupo de discusión formado y coordinado por alumnos que leen un mismo libro, poema, artículo, etc. Durante la lectura, cada uno de los integrantes del grupo asume un rol según el cual habrá de fijarse en un aspecto del contenido o la forma del texto para después compartirlo con los demás miembros en las reuniones que, periódicamente, se celebran a tal efecto. En estas reuniones, uno de los alumnos se encarga de dirigir la conversación con preguntas que él mismo ha elaborado. El profesor, a su vez, orienta la actividad y facilita el material, pero no la dirige y no participa en el grupo.
Los círculos literarios comenzaron a usarse en los años 80 y 90 en los institutos de secundaria de los Estados Unidos adaptando las técnicas tradicionales del aprendizaje cooperativo en los programas de literacy de los centros. En España son utilizados a menudo como recurso en las clases de Lenguas extranjeras y en los grupos bilingües basados en lo que se ha llamado aprendizaje integrado de contenidos y lenguas extranjeras —CLIL en sus siglas en inglés—, ya que se considera que las mejores y más comunes oportunidades para combinar el aprendizaje de contenidos y de una lengua extranjera se dan a través la lectura.
Sin embargo, mi propuesta va dirigida a sacar esta actividad de las clases de idiomas e integrarla en nuestra práctica docente habitual; ya que sus principios metodológicos se adaptan a cualquier tipo de contenido.
Veamos, pues, por qué este método ofrece numerosas ventajas a la hora de resolver los problemas didácticos que mencionábamos anteriormente.
En primer lugar, la base metodológica de los círculos literarios es el aprendizaje cooperativo con una mínima intervención del profesor. De manera que los alumnos se ven a sí mismos como protagonistas de su propio aprendizaje y del de sus compañeros. Así, conseguimos que se impliquen más en la realización de todas las fases de la actividad.
En segundo lugar, el número de alumnos en el aula no es nunca un problema; los roles no son fijos, por lo que no es necesario que los grupos sean homogéneos. Además, los miembros de los grupos pueden variar desde dos hasta seis o siete dependiendo de las distintas habilidades de los alumnos implicados, de la dificultad del texto o de la imaginación del profesor para improvisar un nuevo rol.
Asimismo, los círculos literarios son actividades en las que el foco se pone en el alumno y en su capacidad para el auto-aprendizaje; por lo tanto, son muchas las competencias que se trabajan: aprender a aprender, iniciativa y espíritu emprendedor, competencias sociales y cívicas, etc. Consecuentemente, no importa que los miembros de un mismo grupo tengan diferentes ritmos de aprendizaje: cada uno aportará al grupo y se beneficiará de las aportaciones de sus compañeros en la medida de sus posibilidades.
Igualmente, esta actividad se puede adaptar enfatizando diferentes partes de un texto dependiendo de qué competencia o contenido queramos trabajar.
Por otro lado, se puede dedicar tiempo a leer en clase o en casa, ya que es en la discusión donde se pone el foco del aprendizaje.
En último lugar, tiene la gran ventaja de que no requiere material complementario y el mismo material se puede emplear una y otra vez sobre diferentes textos. De modo que maximizamos la productividad de los materiales que elaboramos y optimizamos el tiempo que dedicamos a la preparación de las clases.
Así pues, ¿cómo ponemos en funcionamiento esta actividad?
El primer paso es, como no, proporcionar el material de lectura a nuestros alumnos.
Es cierto que uno de los primeros requisitos para formar el círculo literario clásico es que sean los alumnos los que elijan su propio libro. Sin embargo, mientras que este principio se puede aplicar quizá en los proyectos de literacy o en los planes lectores de los centros, en el contexto general de la educación secundaria y del aula es difícil de aplicar. Por eso, para poder adaptar este método a nuestra práctica docente habitual, es necesario que nos ocupemos de la selección de los libros, poemas, etc., que se trabajen en el aula. Toda la clase puede leer el mismo texto o los alumnos pueden elegir por donde quieren empezar y luego ir rotando a medida que cambien de rol.
En segundo lugar, expondremos las características básicas de los diferentes roles que se van a repartir y les facilitaremos unas fichas en las que aparece toda la información de cada papel y orientaciones e ideas para llevarlo a cabo. Como ya hemos dicho, una de las grandes ventajas que ofrece esta actividad colaborativa es que los roles se pueden usar en casi cualquier combinación, pueden variar de número e incluso se pueden inventar nuevos roles dependiendo del tipo de texto que estemos usando (por ejemplo: en caso de trabajar con poesía, podríamos asignar a un alumno que se encargase de la estructura del poema).
Algunos de los roles tradicionales son: Discussion director o Questioner (Director o Facilitador de la discusión); Connector (Conector o Reflector); Summarizer (Resumidor); o Vocabulary enricher (Enriquecedor del vocabulario —yo uso Lexicógrafo—). Además, se pueden añadir otros roles como: Travel tracer (Rastreador de la ruta —en mi caso, Mapeador—); Illustrator (Ilustrador) o Literary luminary (Iluminador o Investigador —al que yo llamo Agregado cultural).
El Director de la discusión se plantea preguntas sobre el texto. Su deber es crear una lista de preguntas para que el grupo hable de lo que han leído.
El Conector establece nexos entre lo que ha leído con experiencias del mundo real.
El Resumidor debe preparar un pequeño sumario en el que se encuentren los puntos clave que todo el mundo ha de conocer para comentar la historia.
El Lexicógrafo se fija en el lenguaje que el autor usa. Debe encontrar palabras o frases en el texto que son difíciles de entender o importantes para la historia, expresiones usadas de manera inusual, y explicarlas al grupo.
El Mapeador, por su parte, ha de llevar un registro de los cambios de lugar y tiempo que se producen durante la acción.
El Ilustrador se ocupa de representar de manera visual el contenido del texto mediante gráficos, esquemas, fotos, etc.
Por último, el Agregado cultural tiene como objetivo buscar similitudes y diferencias entre su cultura y la que se representa en el libro y destacar los pasajes en el texto en los que se hable de algún hecho cultural.
Cuando el grupo no conoce la actividad, las indicaciones de las fichas de roles son importantes para orientar la lectura y la discusión; ya que sirven como una guía en la transición de la clase dirigida por el profesor a la clase guiada por los propios alumnos. Pero a medida que los alumnos interiorizan cada uno de los papeles, la lectura y el comentario del texto se van haciendo más independientes y se puede (y debe, según mi opinión) prescindir de ellos.
En las primeras sesiones, los alumnos no saben muy bien qué tipo de información buscar para llevar a cabo la tarea de su papel. En este caso, resulta útil agrupar a las personas que tienen un mismo rol para que también esa parte de la tarea sea colaborativa; los alumnos más avanzados dan ideas a los que tienen más dificultades, se comparten puntos de vista y se facilita la tarea.
Otro elemento motivador que aligera el ambiente de la clase es el reparto de los pines que identifican a cada miembro del grupo con su rol. Al igual que las fichas, se recogen al finalizar cada sesión, por lo que es material reutilizable. Además, dependiendo del nivel en el que estemos trabajando, los alumnos pueden crear sus propios diseños en la sesión inicial.
Una vez que todo el mundo está preparado para el comentario del texto, se forman los grupos de discusión en los que ya hay papeles diferentes. Cuando los grupos están en funcionamiento, el profesor monitoriza la actividad del aula. Puede colaborar en la resolución de dudas, intervenir puntualmente para enfatizar algún contenido o aspecto que los grupos estén pasando por alto, orientar en la distribución de los tiempos, etc. Pero no debemos olvidar que el objetivo de la actividad es que los alumnos dirijan la discusión ellos mismos junto con sus compañeros.
Los tiempos que se dedican a cada una de estas fases de la actividad deben variar dependiendo del texto que se trabaja, de si la lectura se realiza en el aula o en casa y de los objetivos que se quieran lograr. Independientemente, cuando se acaba la actividad, los grupos y los roles deben rotar para que a lo largo del curso todo el mundo haya tenido diferentes papeles y haya colaborado en diferentes grupos.
Finalmente, la evaluación puede ser cuantitativa o cualitativa. En el primer caso, los datos se recogerán una vez finalizada la actividad por medio de una prueba oral o escrita en la que se analice el nivel de comprensión del texto o la asimilación de los contenidos que se estaban trabajando. En el segundo supuesto, el profesor recogerá información durante la realización de la actividad: grado de participación en la discusión, nivel de profundización en los diversos aspectos del texto, etc.
Como he intentado exponer en estas líneas, los Círculos literarios son una de las actividades que mejor contribuyen a incrementar la motivación de los alumnos para mejorar el grado de participación en las actividades de lectura. Además, aplicar sus principios en nuestra práctica docente habitual es muy sencillo y da muy buenos resultados en el aula, ya que puede usarse en todas las materias y niveles, se adapta fácilmente a grupos grandes o con diferentes ritmos de aprendizaje, los alumnos trabajan todas las competencias básicas de la educación secundaria obligatoria, y no requiere el uso de prácticamente ningún material específico.
BIBLIOGRAFÍA
Burns, B. (1998). Changing the Classroom Climate with Literature Circles. Journal of Adolescent & Adult Literacy, 42(2), 124-129.
Buttiler, M.B., Massano, M.C. (2015). Los círculos literarios en los cursos de adultos de ILE. Puertas abiertas: Revista de la Escuela de Lenguas, 11.
Daniels, H. (2002). Literature circles: voice and choice in book clubs and reading groups, Stenhouse Publishers.
ORDEN EDU/747/2014, de 22 de agosto, por la que se regula la elaboración y ejecución de los planes de lectura de los centros docentes de la Comunidad de Castilla y León
MARÍA ELENA GARCÍA LÓPEZ
I.E.S. JORGE MANRIQUE, PALENCIA
Gracias por la información. He usado los círculos literarios con mi grupo de quinto de primaria. Me encantan las adaptaciones de el mapeador y el agregado cultural. Los voy agregar a los roles en mi salon. GRACIAS!!
🙂