La inteligencia emocional como parte de la metodología del aprendizaje de lenguas

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Cuando en 1995 el psicólogo estadounidense licenciado en Harvard, Daniel Goleman, publicó su libro Inteligencia Emocional y definió el concepto como

“la capacidad de reconocer los sentimientos propios y ajenos, de poder automotivarse para mejorar positivamente las emociones internas y las relaciones con los demás”, los cimientos de lo que hasta el momento se había entendido por inteligencia se tambalearon. Y no sólo eso: las emociones, que tradicionalmente habían sido relegadas al olvido, la ocultación e incluso la negación, recibieron sobre sí el foco de una luz tan potente que dejaba al descubierto que los seres humanos no sólo somos animales sociales, tal y como dijo Aristóteles, sino seres emocionales, es decir, individuos que interactúan con el medio y que conectan con sus homólogos en un idioma emocional que deja huella en nuestras conexiones neuronales, un camino que recorremos una y otra vez ante situaciones similares.

Hoy en día existen infinidad de estudios sobre inteligencia emocional y, si bien es cierto que ninguno de ellos ha alcanzado la repercusión de la obra de Goleman, en honor a la verdad cabe destacar que no fue él quien acuñó el término, sino los también psicólogos estadounidenses Salovey y Mayer (1990). Ellos la describieron como “la habilidad de manejar los sentimientos y emociones, discriminar entre ellos y utilizar estos conocimientos para dirigir los propios pensamientos y acciones”. Sin embargo, Goleman amplia esta significación y señala que la inteligencia emocional también incluye “la habilidad para motivarse y persistir frente a las frustraciones, controlar impulsos y demorar gratificaciones”, y es aquí donde el ámbito educativo entra en escena.

El fin de la educación es el pleno desarrollo de la personalidad integral del alumno, entendido en los dos aspectos del desarrollo cognitivo y emocional. Concretamente en el aprendizaje de lenguas, métodos como la Sugestopedia de G. Lozanov (1970) o el Enfoque Natural de S. Krashen y T. Terrell (1983) han abogado por la reducción de la carga emocional a la hora de enfrentarse al aprendizaje de una lengua extranjera: “las emociones negativas intensas absorben la atención del individuo y obstaculizan cualquier intento de atender a otra cosa” (Goleman, 96). Así, alumnos de instituto tecnológicamente hiperestimulados que asisten a clase convencidos de que “no valen” para aprender idiomas son una realidad que se repite con demasiada frecuencia en las aulas. De la misma manera, también los profesores somos víctimas de variados estímulos que producen tensión emocional y que condicionan nuestra práctica docente: clases masificadas, gran carga de trabajo y aumento de horas lectivas, por citar algunos. Por lo tanto, la gestión del aula es una herramienta fundamental de la práctica enseñanza-aprendizaje, además de una estrategia para la lucha contra la violencia hacia el profesorado y el bullying, porque:

  • Las habilidades socio-emocionales -fuerza de voluntad, perseverancia, responsabilidad, autocontrol, etc.- son el lecho sobre el que se asientan los éxitos académicos.
  • La mayoría de conflictos en el aula son de índole interpersonal o emocional.
  • El profesor necesita mejorar los índices de respeto y comportamiento prosocial en el aula.
  • La educación consta de una vertiente inhibidora -aprender a dejar de hacer-, imprescindible y complementaria de la otra cara impulsora -aprender a hacer-.

Teniendo en cuenta lo anterior, ¿cuáles son las características de los alumnos emocionalmente competentes?

  • Poseer un buen nivel de autoestima
  • Aprender más y mejor
  • Presentar menos problemas de conducta
  • Sentirse bien consigo mismos
  • Ser personas positivas y optimistas
  • Tener la capacidad de entender los sentimientos de los demás
  • Resistir mejor la presión de sus compañeros
  • Superar sin dificultad las frustraciones
  • Resolver bien los conflictos
  • Ser felices, saludables y tener más éxito

Finalmente, concluir que ya en 2002 la UNESCO puso en marcha una iniciativa mundial que remitió a los ministros de educación de 140 países a través de una declaración con los diez principios básicos imprescindibles para poner en marcha programas de aprendizaje social y emocional en el ámbito educativo, promoviendo que esta inteligencia se incluya en los proyectos educativos para facilitar el avance de los alumnos en los contenidos curriculares y disciplinares y poniendo de manifiesto la importancia de la inteligencia emocional en lo sucesivo.

Referencias bibliográficas:

  • GOLEMAN, D. Inteligencia Emocional. Kairós (1996)
  • VAELLO ORTS, J., Una gestión del aula basada en la Educación Socio-Emocional. Santillana. (2008)
  • EXTREMERA, M. y FERNÁNDEZ-BERROCAL, P., La importancia de desarrollar la inteligencia emocional en el profesorado. Revista Iberoamericana de Educación. Universidad de Málaga.
  • MEARNS, J., y CAIN, J. E. Relationships between teachers’ occupational stress and their burnout and distress: roles of coping and negative mood regulation expectancies. Anxiety, Stress and Coping, 16, 71-82. (2003)
  • MAYER, J. D. y SALOVEY, P. What is emotional intelligence? Emotional Development and Emotional Intelligence: Implications for Educators (pp. 3-31). New York: Basic Books. (1997)
  • EXTREMERA, N., y FERNÁNDEZ -BERROCAL, P. La inteligencia emocional en el contexto educativo: hallazgos científicos de sus efectos en el aula. Revista de Educación, 332, 97-116 (2003)

María José Moreno Martín

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